(SONIDO: Ruidos de cañonazos. Griterío de guerra. Voces de pregoneros.)
FANNY: (Lee como periodista.) ¡La tempestad que durante algún tiempo ha venido fraguándose acaba de estallar! Don Valentín Gómez Farías y el desterrado general Urrea se han pronunciado por el federalismo. Se levantaron en armas a las 2:00 de la mañana de hoy y, apoyados por el quinto batallón y por el regimiento del comercio, se dirigieron a Palacio, sorprendieron en la cama al presidente Bustamante y lo hicieron prisionero. (Con tono epistolar.) Nuestra casa es un caos, llega gente constantemente con información contradictoria sobre la revolución, que ellos llaman pronunciamiento. Don Manuel Martínez del Campo nos aconsejó que estuviéramos listos para poner la bandera española en el balcón en caso de necesidad.
(SONIDO: Puerta que se abre. Pasos rápidos se acercan.)
CORA: El señor me pidió que le avise que irá con los señores a la azotea. Llegaron la señora Pérez y la señora Estrada y se preguntan si pudieran pasar a verla.
FANNY: Por supuesto, Cora, acomódalas en los sillones. Sube unos puros a los hombres, que eso está pidiendo Calderón. Prepara limonada y vuelve para que me asistas con las señoras.
(SONIDO: Pasos de Cora que se aleja y pasos de dos mujeres.)
CORA: (Se oye desde lejos.) Ya se están metiendo la Señora Pérez y la señora Estrada.
FANNY: Discúlpenla, apenas está aprendiendo a anunciar a las visitas.
(Angustiadas todas, con incertidumbre. Se interrumpen un poco entre ellas.)
SEÑORA PÉREZ: (Con voz llorosa.). Espero que esté usted bien. Gracias por recibirnos, Fanny. La Condesa de la Cortina también nos ha invitado, pero preferimos refugiarnos aquí ya que estamos, decididamente, fuera de la línea de fuego y espero que fuera de cualquier desgracia, ¡Santa Virgen de los Remedios! Deme las manos querida, y no se preocupe que todo habrá concluido dentro de pocas horas.
SEÑORA ESTRADA: ¡No, no, oí decir a mi esposo que se trata de una lucha larga y sangrienta!
SEÑORA PÉREZ: Te equivocas, esto va a terminar con un simple cambio de ministerio, espero en Dios.
SEÑORA ESTRADA: Te equivocas tú: vendrá Santa Anna y usurpará la presidencia…
FANNY: Escuché que el general Valencia, a la cabeza de las tropas del gobierno, está listo para atacar a los pronunciados.
SEÑORA PÉREZ: Sí, querida, la gente corre desesperada por las calles.
SEÑORA ESTRADA: Los indios regresan a toda prisa a sus pueblos…
FANNY: ¡Aquí estamos muy seguros!
SEÑORA PÉREZ: Ya se oyen los cañones…
SEÑORA ESTRADA: Los cañones se dirigen contra Palacio. Los señores comentan que los sediciosos están entregando armas a los léperos.
SEÑORA PÉREZ: ¡Lo que nos faltaba, bendito Dios!
CORA: (Con la voz de pregonera.) Señora Calderón, yo quiero anunciar a la visita de la Condesa de la Barranca. Viste una túnica larga de terciopelo, una alta gorra francesa cubierta de pieles, encajes y plumas y de las plumas cuelgan grandes diamantes.
FANNY: (Con voz reprobadora.) ¡¿Eso es gracioso?!
CORA: (Sumisa.) ¡Una disculpa, señora Fanny!
CONDESA: (Con sorna y voz muy alta.) Gómez Farías ha sido proclamado presidente por su propio partido.
SEÑORA ESTRADA: ¡Pues sí, así de fácil! ¡Ya tenemos otro excelentísimo presidente!
Pocas veces en la historia, la vida de Ciudad de México se ha visto tan severamente amenazada como en los aciagos días de julio de 1840, cuando se desató una verdadera “trecena trágica”, desencadenada por el pronunciamiento a favor del federalismo encabezado por don Valentín Gómez Farías y el general José Urrea.
La vida en Ciudad de México durante la revolución de 1840. (2018, October 18). Relatos E Historias En México, número 121.
Veremos cómo continúa desarrollándose la revolución y cómo la viven las señoras desde su posición que, por ahora, es de privilegio. Los rumores sobre lo que sucede afuera van y vienen y empiezan a ser evidentes las diferentes posturas políticas de cada una.
(SONIDO: Lluvia. Cantos de pájaros y cañonazos.)
FANNY: (Lee en forma poética.) Hubo una terrible tempestad ayer en la tarde, los truenos se confundían con el retumbar del cañón y se oía como si se entablara un duelo de artillería entre el cielo y la tierra. La esposa de uno de nuestros viejos soldados llegó desesperada y nos dijo que tanto su marido como el camarada de este habían sido heridos…
CORA: Señora, acaban de traer el Boletín del Gobierno.
FANNY: Haz pasar a las señoras, Cora. Ordena que las criadas preparen el desayuno. Pásame el boletín.
CORA: (Con mucha intimidad.) Se lo pedí al señor, porque ya la conozco, pero me dijo que las mujeres no deben ocuparse en la política.
FANNY: Eso lo veremos.
(SONIDO: Muchos pasos que vienen y van.)
SEÑORA PÉREZ: Escuché que el presidente en un acto heroico logró escapar y dicen que se puso al mando de las tropas inmediatamente…
SEÑORA ESTRADA: Al contrario. Yo oí que los pronunciados lo soltaron con la condición de que negociara la paz.
FANNY: (Lee en voz alta.) “El excelentísimo señor presidente, con una parte de las tropas pronunciadas en el Palacio, logró salir de él en la mañana del jueves 16, poniéndose a la cabeza de las tropas que han permanecido fieles a sus banderas.” (Hace una pausa, como buscando información en el texto.) Y publicó una proclama en la que promete: “La tranquilidad pública después de algunas horas será completamente restablecida. Las leyes, desde luego, recobrarán su energía y el gobierno las llevará a su debido cumplimiento. Firma: Anastasio Bustamante, México, 16 de julio de 1840.”
SEÑORA PÉREZ: (Con júbilo.) ¡Ya ven como yo tenía razón!
SEÑORA ESTRADA: Dice “logró salir” pero no dice si se escapó o lo soltaron…
SEÑORA PÉREZ: ¿De qué lado estás?
SEÑORA ESTRADA: ¡Ay! ¿Tengo que estar de algún lado?
De crisis en crisis
Vale la pena recordar aquí que, si bien el país había comenzado su vida independiente con el establecimiento de un imperio encabezado por Agustín de Iturbide, fue en 1824 cuando, una vez destronado el emperador, se decretó la república federal como forma de gobierno, encabezada en primer término por Guadalupe Victoria, primer presidente de México. Sin embargo, no fueron pocos los que desde entonces se opusieron a este régimen, aduciendo que “separaba en vez de unir” a las provincias que se habían mantenido bajo un gobierno central durante la época virreinal.
De hecho, la agitada vida de este país durante los primeros años después de su independencia provocó una serie de rupturas internas y desembocó en el establecimiento del centralismo, mismo que quedó entronizado en 1836 con la proclamación de las Siete Leyes Constitucionales, cuya entrada en vigor ocasionó nada menos que la separación de Texas del territorio nacional. Los habitantes de dicha provincia, en su mayoría colonos estadounidenses establecidos en aquellas tierras desde el gobierno de Iturbide, pretextaron sentirse abandonados por el centro para proclamar su independencia.
Además, con esa Constitución centralista aprobada por el Congreso general, desapareció el Distrito Federal. De acuerdo con los artículos 1º y 2º de la sexta ley, a partir de ese momento el territorio nacional quedaba dividido en departamentos. El de México, entonces, se conformó por los anteriores estados de México y Tlaxcala y lo que había sido el Distrito Federal, teniendo por capital a Ciudad de México. De acuerdo con el artículo 4º de la citada ley, cada departamento sería regido por un gobernador nombrado por el presidente y estaría sujeto a éste. Los departamentos se dividieron en distritos; éstos, a su vez, en partidos que sustituyeron a los ayuntamientos.
La guerra para evitar la separación de las enormes tierras texanas fue cruenta y estuvo encabezada por el propio general presidente: don Antonio López de Santa Anna, quien desde aquel tiempo cobró fama como organizador de ejércitos que tenían como base soldados hambrientos y sin paga.
A pesar de haber ganado la primera batalla en El Álamo, la derrota del ejército mexicano fue total y la separación se consumó cuando Santa Anna, que había sido capturado por los texanos, firmó los Tratados de Velasco.
Dos años después, la llamada Guerra de los Pasteles colocó a México frente a un nuevo problema internacional. Los franceses ocuparon Veracruz con la intención de cobrar una antigua deuda, producto de una larga serie de reclamaciones de súbditos franceses que habían hecho préstamos al gobierno mexicano –entre ellos un pastelero–. Santa Anna, que no era presidente en ese momento, tomó cartas en el asunto colocándose al frente del ejército defensor de las instituciones nacionales y decidió atacar los barcos invasores atracados en el puerto.
Los franceses derrotaron a los mexicanos, obligándolos a pactar el pago de una deuda que en su gran mayoría era ficticia. En esa batalla Santa Anna perdió una pierna, por lo que de inmediato fue considerado el héroe de esa acción militar.
La vida en Ciudad de México durante la revolución de 1840. (2018, October 18). Relatos E Historias En México, número 121.
El caos y la violencia aumentan y Fanny describe la situación que viven los hombres. El grupo de mujeres recibe ahora información que emiten los rebeldes. Con su elocuencia característica, Cora hace un comentario que sorprende a todas.
(SONIDO: Lluvia. Disparos y cañonazos.)
FANNY: (Con voz de periodista.) ¡La situación de la revuelta militar contra el Gobierno es muy grave! Se han emplazado cañones en todas las calles y los soldados disparan sobre todos los que pasan: sin distinción. (Con tono epistolar.) Vivimos ahora como prisioneros en una fortaleza. Los hombres casi no duermen, se la pasan en la azotea, en la sala o en la puerta de la casa. La sala está llena de refugiados. Algunas mujeres de la más alta sociedad nos quedamos en mi sala de música. Cada vez llega más gente a refugiarse.
CORA: (Irrumpe). Las señoras están listas para pasar a verla.
FANNY: Casi no he dormido, Cora, ayúdame a arreglarme.
(SONIDO: Pasos que se acercan.)
SEÑORA PÉREZ: ¡La Condesa del Valle, Dios la ayude, cuyo padre fue muerto en la revolución anterior, y su abuelo en la anterior a la anterior, ¡se acababa de levantar esta mañana cuando una granada hizo un boquete en la pared y explotó sobre el colchón!
CORA: El señor le envía la proclama del jefe de los rebeldes.
SEÑORA CONDESA: (Algo molesta.) ¡Oír la proclama de los pronunciados, lo que nos faltaba!
FANNY: (Se impone.) Toda historia tiene dos caras (Toma la proclama, sonido del papel. Se aclara la garganta.) “El general Bustamante, hombre sin fe, rompiendo su palabra solemnemente empeñada, después de haber sido puesto en libertad por un exceso de generosidad (en el que se convino porque ofreció tomar inmediatamente las medidas necesarias para lograr un arreglo pacífico sobre las bases honorables que se le propusieron), se ha convertido ahora en el jefe de un ejército enemigo de los federalistas y ha contemplado con indiferencia la destrucción de esa bella capital y de multitud de familias bañadas en lágrimas, así como la muerte de un gran número de ciudadanos mexicanos.”
CONDESA: Estos léperos no deberían llamarse mexicanos… ¿qué crees, Cora?
CORA: Con su permiso, Condesa, yo escuché que los primeros léperos fueron españoles y que los indios de ahí se contagiaron.
FANNY: ¡Cora!
CONDESA: ¡Déjela, Fanny! Es de lo más divertido que he escuchado. Ya la extrañaba, me la va a tener que devolver…
FANNY: Oíd: “El ciudadano José Urrea, con la mayor parte de la guarnición de la capital y todo el pueblo de ella, se ha pronunciado en la madrugada de este día por el restablecimiento del sistema federal adoptando interinamente la Constitución de 1824”.
CONDESA: Es la constitución de los federalistas… La nuestra es la del 36, Fanny.
FANNY: ¿Una constitución por cada bando? ¿No creen que deberían ponerse de acuerdo en redactar una para todos como en toda nación civilizada?
CONDESA: Este gallinero nunca será una nación civilizada…
SEÑORA PÉREZ: Exageran porque son extranjeras… ¡Díganme si antes del pronunciamiento no estábamos bien, por Dios bendito!
SEÑORA ESTRADA: Bien, aunque siempre vivimos con miedo a los asaltos, y los léperos…
La revuelta federalista
Ante situación tan confusa, arreciaron en el país las manifestaciones en favor del restablecimiento del federalismo. El presidente Anastasio Bustamante, que ya estaba en funciones durante la Guerra de los Pasteles, se multiplicaba para ir en persona a combatirlas, hasta que en 1840, el general Urrea, con Gómez Farías como compañero de armas, organizó una revolución en plena Ciudad de México. Tomaron Palacio Nacional y el presidente –que en extrañas circunstancias logró zafarse de sus captores que lo habían sorprendido en sus aposentos dentro de Palacio– se refugió en el convento de San Agustín. Durante trece días, la capital se convirtió en campo de batalla hasta que, finalmente, los rebeldes fueron sometidos por las fuerzas del general Gabriel Valencia, comandante de la plaza, y por Juan N. Almonte, ministro de Guerra.
Durante esos días, la Ciudad de México se vio envuelta en continuos bombardeos entre las fuerzas del gobierno, acuarteladas en San Agustín y en la Ciudadela, al mando del general Valencia, y las de los “levantados” que, reunidas en su mayoría en Palacio, habían colocado baterías en una torre de Santo Domingo y posteriormente en el de Santa Catarina y otros templos.
La zozobra vivida por los habitantes quedó de manifiesto en varios testimonios, entre los que destacan los de la marquesa Calderón de la Barca, cuya obra La vida en México compila las cartas que escribiera a sus parientes ingleses durante su estancia de dos años en este país como esposa del primer ministro español en México y el Diario histórico de Carlos María de Bustamante, además de las crónicas aparecidas en El Cosmopolita, que se publicó diariamente contra viento y marea.
La vida en Ciudad de México durante la revolución de 1840. (2018, October 18). Relatos E Historias En México, número 121.
Amanece tranquilo pero esta aparente calma llama la atención de todos. Hay un mercado improvisado. Hay refugiados en la casa. La señora Crescencia vino esquivando balas y llegó preocupada por su esposo Santiago, a quien no ha visto durante días.
En medio del caos reinante muy cerca, Cora se las ingenia para ser el centro de atención y su popularidad está más arriba que nunca.
(SONIDO: Cañones y griterío.)
FANNY: (Lee en voz alta.) Se cumple el día cuatro de esta rebelión y hay escasez de víveres en el centro de la ciudad, pues los indios que lo traen todo del campo ya no vienen. La anarquía se hace presente hasta en las balas: el cañón emplazado contra Palacio mata a la gente en calles muy divergentes de su parábola, y las balas dirigidas contra la Ciudadela toman vuelo hacia San Cosme. ¡Los dos bandos parecen estar combatiendo a la ciudad!
(SONIDO: Pasos apresurados y fuertes.)
SEÑORA PÉREZ: ¡La señora que vive enfrente salió gritando que acaba de caer una granada en su jardín! ¡Estamos en la línea de fuego!
CONDESA: No sé si se enteró, señora Fanny, ayer noche toda una familia vino a refugiarse… tal vez haya que tomar medidas selectivas.
SEÑORA ESTRADA: La casa del ministro inglés también se encuentra llena de refugiados.
CONDESA: La ciudad está desabastecida. Todas las tiendas están cerradas.
FANNY: ¡Iré en persona a revisar si tenemos suficientes provisiones!
CONDESA: Esta situación se vuelve cada día más absurda, y nos vamos acostumbrando…
FANNY: En las calles el aire está infectado por el gran número de cadáveres insepultos. Más que suficiente para que se produzca una epidemia. Han convertido a la ciudad en un sangriento palenque de gallos. Dios se compadezca de nosotras que mueren por su locura… Citando a Madame de Staël: “…cuando a una mujer le van a cortar la cabeza; ¿no es (inicia el diálogo de CORA.) natural que pregunte por qué? “
CORA: (La voz de Cora es lo suficientemente fuerte como para opacar el final de lo que dice FANNY.) ¡Señora Fanny, llegó un recado de la señora Crescencia!
FANNY: ¡Cora! La cortesía… ¡Dame la nota y vete a hacer los encargos!
CORA: Ya voy señora. Pero le puedo adelantar que la señora Crescencia está sola en su casa y está preocupada por el señor Santiago…
CONDESA: (Se ríe, divertida) Señora Fanny, créame que ha sido un sacrificio desprenderme de ella. Y sé cuánto la aprecia, pero…
FANNY: Sí la aprecio, aunque Calderón me exige que no permita que se burle de mí. Me ha puesto un apodo: falsa gachupina.
(Todas se ríen. Fanny las escucha y también se ríe.)
CONDESA: Gozar de tan buen humor es de gente inteligente. Aun así, le daré un consejo, Fanny, nunca subestime la agudeza de los criados. Créame, aunque todos lo parezcan, nunca he conocido a uno en verdad tonto.
FANNY: ¡Cora, ahí estás! Veo que Cora goza de mucha popularidad entre vosotras. La he visto escribiéndoles notas… Con su permiso, quisiera terminar una carta. Aunque quién sabe cuándo la podré enviar… (Pasos de las mujeres mientras salen y cierran la puerta. FANNY continúa en voz baja.) No sé qué sucede en mi propia casa, algo muy extraño… ¡Estoy agotada!
El caos y la violencia aumentan y Fanny describe la situación que viven los hombres. El grupo de mujeres recibe ahora información que emiten los rebeldes. Con su elocuencia característica, Cora hace un comentario que sorprende a todas.
Caos y desconcierto
En todos los casos, los relatos dan cuenta de la paralización casi total de la vida cotidiana: “cerraron las tiendas, no hay pan, los faroles no funcionan y reina una completa oscuridad por las noches, no hay patrullas que cuiden el orden, se vive a merced de los asaltantes, los templos no tocan sus campanas, más que cuando las torres son tomadas por alguno de los grupos en pugna, la basura inunda las calles porque nadie la recoge, los muertos son trasladados en carretones hacia los cementerios en tanto que los militares de alto rango que han sido víctimas de las balas del gobierno dentro de Palacio han sido sepultados ahí mismo y los cadáveres de la tropa, arrojados en una atarjea que mira a la Acequia [hoy Corregidora]”.
Durante esos días tan terriblemente ajetreados, la cotidianeidad se centraba en tratar de sobrevivir sin salir de casa y conseguir los víveres más indispensables, aunque se encontraran a precios exorbitantes. Cuenta Bustamante que en la calle de San Francisco (hoy Madero) se conseguía “un chochocol de agua” por un peso, lo que constituía una barbaridad, habida cuenta que se trataba de una vasija de regular tamaño que poco líquido podría contener.
La marquesa Calderón de la Barca comenta que, a pesar de vivir por el rumbo de San Cosme, muchas fueron las bombas que llegaron hasta allá, producto sin duda de alguna bala mal dirigida, y que los vecinos buscaron asilo en su casa, a pesar de tener los vidrios rotos por las continuas detonaciones.
Dado lo desesperado de la situación, gran cantidad de familias abandonaron la capital y buscaron refugio en Tacubaya, Azcapotzalco o en la villa de Guadalupe. Aunque no hubiera donde hospedarse, hasta allá no las alcanzaban las balas. “La gente duerme sobre petates, muy contentos de hallarse a resguardo, y les importan muy poco las molestias que están sufriendo”, narra la marquesa.
La vida en Ciudad de México durante la revolución de 1840. Guadalupe Lozada León (2018, October 18). Relatos E Historias En México, número 121.
Amanece tranquilo pero esta aparente calma llama la atención de todos. Hay un mercado improvisado. Hay refugiados en la casa. La señora Crescencia vino esquivando balas y llegó preocupada por su esposo Santiago, a quien no ha visto durante días.
(SONIDO: Canto de pájaros y grillos.)
FANNY: (Escribe y lee en voz alta.) Nos extrañó mucho esta mañana que todo estuviera tan tranquilo y deducimos que en lugar de atacar a los facciosos el gobierno está parlamentando con ellos. En la casa cada vez hay más refugiados, en muchas de las habitaciones duermen sobre petates, muy contentos.
CORA: ¡Señora Fanny! ¡Salga a la puerta! Está atestado de indios, han vuelto llenos de frutas y legumbres. ¡Frente a la Iglesia de San Fernando se ha improvisado un mercado!
CONDESA: ¡No tan rápido señora Fanny, no es momento de salir! Mande a los criados, sé de buena tinta que se está preparando un ataque al Palacio.
CORA: Señora Fanny, la señora Crescencia Carvajal ha venido pidiendo refugio.
FANNY: ¡Pobrecita! Hazla pasar inmediatamente, Cora.
CORA: La señora Crescencia viene empapada y en muy mal estado, parece que vino esquivando balas…
(SONIDO: Susurros, murmullos y risas burlonas de las señoras.)
FANNY: ¡Llévala a mi cuarto, Cora, por favor! Señoras, si me disculpan… las dejo unos minutos. (Pasos que salen de la habitación. Pausa. FANNY continúa, fuera del cuarto.) Querida, se ve usted muy mal…
CRESCENCIA: No he pegado un ojo en toda la noche, estoy preocupada por Santiago, tengo miedo de que lo hayan encarcelado o herido, ya son muchos días en que no he sabido de él… ¡Y, para colmo, la criada me robó las joyas!
(SONIDO: Cañones y griterío)
FANNY: (Lee en voz alta.) Los pronunciados han atacado el convento de la concepción en el final de la calle. Seguimos recibiendo visitantes que, aprovechando alguna breve suspensión de fuegos, se atreven a venir para darnos noticias. Parece que están llegando las tropas del gobierno y mañana lanzarán un ataque a fondo contra los sublevados que siguen en Palacio: esto pondrá fin a la disputa.
SEÑORA PÉREZ: Esta mañana mataron de un tiro al doctor Plane, el famoso médico francés, cuando salía de Palacio. Nunca sabremos quién…
SEÑORA ESTRADA: Supe que el Conde de la Cortina está herido… ¡Bendito Dios! Y una prima de la señorita Escandón, que cometió la imprudencia de asomarse al balcón de su casa, le entró una bala de pistola por un costado y le atravesó el cuerpo.
FANNY: Calderón comenta que Santa Anna ha dejado su retiro de Manga de Clavo y que se comerá el bocado en disputa.
SEÑORA PÉREZ: ¡La presidencia! Aunque los federales lo desmienten indignados, entre los centralistas se dice que Urrea ha lanzado una proclama en la que promete tres horas de pillaje a todos los que hagan causa común con él.
CONDESA: ¿Han visto a Cora?
FANNY: No estoy muy segura de que una partida de léperos armados pudiera respetar ni personas ni privilegios. Discúlpenme, señoras. Necesito hablar en privado con Cora. ¡Cora sígueme! (Pausa. Pasos de Fanny y Cora mientras salen y cierran la puerta. FANNY habla a Cora en voz baja). Cora, hay algo muy extraño entre tú y las señoras. ¡Confiesa ahora mismo!
CORA: (Asustada.) Me dijo mi cuate, señora, que el señor Santiago fue quien tomó las joyas y se unió a los federalistas. Y no solo se fue, se llevó una amante que tiene desde hace meses, a la que renta una casa muy bonita cerca de la de él y de la señora Crescencia, y también me jura mi cuate que la amante lucía algunas de las joyas de Crescencia…
FANNY: ¡Amén!
Crescencia es informada de los rumores que corren sobre su esposo; dice no creer que Santiago se haya unido a los federalistas y escapado con una amante. La joven mujer despechada contraataca con una grave acusación hacia Cora. Increíblemente, Cora hace llorar a Fanny.
(SONIDO: Canto de gallos y chachalacas.)
FANNY: Siéntate Crescencia, te diré lo que sé, mereces saberlo… Cora me ha dicho que Santiago se unió a los federalistas, que él ha robado tus joyas.
CRESCENCIA: No te puedes fiar de la servidumbre, ¿tanto confías en Cora? ¿Es que acaso estás ciega? (Crescencia se echa a llorar.). Señora Condesa, advertí que Cora está guardando sus joyas. Sabrá que las criadas tienen tendencia al robo y esta Cora es hermana de mi criada, la que robó mis joyas. (Tartamudea sabiendo que ha violado el protocolo.) Claro que no creo que se atreviera a robarle a usted…
CONDESA: Crescencia, créame que Cora sabe lo que hace. No solo yo, todas les encargamos nuestras joyas a ella porque es la única que sabe dónde estarán a salvo. Fanny tiene apenas seis meses en el país, ni siquiera sospecha de las habilidades de los léperos para oler dinero y joyas. En cuanto al robo de sus joyas, ¿no estará usted siendo ingenua?
CRESCENCIA: (Dolida.) ¿Qué quiere usted decir, respetable señora?
CONDESA: No se ponga usted así.
CRESCENCIA: (Explota, desolada.) ¡Sé que todas creen que Santiago se unió a los federalistas, pero eso son chismes de las criadas! Ustedes no conocen a Santiago.
CONDESA: Es cierto, Crescencia, no es bueno llevarse de chismes, ya que lo sabes, lo que puedes hacer es investigar. Envía a alguien de tu entera confianza a tu casa para ver si puede averiguar algo… dicen que allá está Santiago con su amante y con cantidad de pronunciados, no te será difícil averiguar…
CRESCENCIA: ¡¿Amante?! ¡Pero qué dice! Lo que dijo Cora no es verdad.
FANNY: ¿Y dónde estaba?
CRESCENCIA: Lo importante es que no se unió a los federalistas ni tomó una amante. (Con enojo.) Todavía confías en Cora, ve lo que está haciendo, en tu propia casa. Dile que te muestre los papeles que tiene en el corpiño…
FANNY: ¡Señoras, salgan al jardín, por favor, tengo que resolver un asunto y enseguida las alcanzo! Cora, asísteme.
CONDESA: (Nada contenta.) Si usted lo ordena…
FANNY: Cora, quédate por favor.
CRESCENCIA: (Llorando.) ¡No, que se vaya con las otras! Y que no hable más… Me retiro, señoras. (Sale rápido.)
(Las mujeres se van cuchicheando entre ellas, hablando de Crescencia, de Santiago, de las joyas.)
FANNY: Cora, quítate el reboso y muéstrame qué llevas dentro del corpiño.
CORA: ¡Señora!
FANNY: ¡Hazlo!
(SONIDO: Telas de la ropa de CORA.)
CORA: ¿Y ahora, señora?
FANNY: (Espantada.) ¡Cora, cúbrete! No me enseñes las… ya sabes a lo que me refiero…
(SONIDO: Telas de la ropa de CORA.)
CORA: Con su permiso me retiro.
FANNY: ¡Cora, no vas a ningún lado: no he terminado! Te exhorto a que me confieses qué estás haciendo, y te aconsejo que no me mientas ya que Crescencia me advirtió.
CORA: Hago solo un pequeño intercambio. Verá usted, las señoras confían en mí porque conozco las mañas de los léperos y me confían sus joyas. yo les doy una garantía, y les cobro unos tostones por mi esfuerzo.
FANNY: ¿Les cobras a las refugiadas por esconder sus joyas en mi propia casa? ¡No eres más que una lépera! A ver, muéstrame las garantías que entregas…
CORA: Son estas. ¡No me las rompa, por favor, señora!
FANNY: (Muy asombrada.) Cora… ¿Pero esto qué significa? ¡Son dibujitos!
CORA: Yo así escribo, señora.
FANNY: ¿Eres analfabeta? ¡No puede ser, has leído miles de notas!
CORA: Después de que las oigo, señora, es que tengo mucha memoria para repetir…
FANNY: ¿Memoria?
CORA: Recuerdo todo, señora, desde que andaba con mi madre detrás del padre Hidalgo.
FANNY: (Llorando.) ¿Qué dices? ¡No puede ser! ¡Vete, Cora!
CORA: No llore señora, ¿qué mal le puedo hacer con lo que hago?
FANNY: ¡No has dejado de burlarte de mí en estos días y permites que todas se burlen de mí! Vete, Cora.
CORA: Señora, yo le tomé mucho cariño, no más me divierto un poco, no se lo tome así…
FANNY: Vete Cora, busca al señor Calderón, dile que lo mando llamar.
Nos enteramos que Crescencia deja la casa de Fanny para ir a encontrarse con su esposo Santiago, quien pasó a buscarla durante la noche. En cuanto a la revolución, el arzobispo intenta interceder entre las partes para poner fin al conflicto.
(SONIDO: Disparos y gritos.)
FANNY: (Lee con tono periodístico.) El arzobispo invitó ayer a los jefes de los pronunciados para una conferencia en el Palacio Arzobispal a fin de gestionar con su carácter apostólico y poner término al derramamiento de sangre. ¡Pero los pronunciados violaron la tregua e intentaron sorprender al presidente y a Almonte en la Ciudadela! Fueron rechazados con gran mortandad y durante toda la noche hubo un furioso cañoneo. Hoy se ha publicado una carta de Santa Anna dirigida al general Victoria en la que asegura que, a pesar de las consideraciones personales que pudieran detenerlo en su residencia campestre, acepta gustoso el mando de la división que va a Perote. Las cosas siguen casi en el mismo estado que antes. No habéis de sentiros intranquilos por nosotros. Nuestra casa está llena de gente, dinero, ollas, vajillas de plata, y nuestras caballerizas, de caballos y mulas.
CONDESA: El gobierno no rompió fuego contra Palacio debido al deseo del general en jefe de evitar mayor difusión de sangre… (Con ironía.) Buen momento para tener consideraciones, ¿no lo cree así querida Fanny?
FANNY: Por supuesto, es irónico… ¿Han visto a Crescencia?
SEÑORA ESTRADA: Vino a buscarla el señor Santiago anoche, tarde. Ella no lo dudó y se fue con él.
FANNY: Total: ¡Como si nada hubiera pasado!
CONDESA: Es joven y está enamorada.
SEÑORA PÉREZ: Encaprichada.
CONDESA: Enamorada, encaprichada, quién no lo ha estado…
FANNY: Voy a ver como van los preparativos para el desayuno.
La Condesa proclama que los pronunciados están acabados, ya que intentaron sorprender a la infantería que venía de Puebla a las órdenes del gobierno, pero Torrejón, con 80 dragones, logró batirlos completamente. Fanny, por su parte, se muestra algo reservada en su optimismo. Calderón enviará unos puros al general Almonte en agradecimiento, ya que este le envió unas líneas expresando la seguridad de dominar muy pronto a los rebeldes.
(SONIDO: Cañones y disparos distanciados.)
FANNY: (Lee en voz alta.) Ayer estaba muy abatida pero hoy me siento bien. Ya que acabe esta guerra les contaré, seguramente para ese entonces tendrá su gracia. Volviendo a la guerra…
CORA: ¡Las señoras están preocupadas, señora Fanny, no se ve bien que no las quiera recibir! Recuerde que la cortesía es la mayor muestra de cultura.
FANNY: La cortesía… ¡Hazlas pasar, Cora!
(SONIDO: Entran las señoras.)
SEÑORA ESTRADA: (Un poco burlona.) Para que lo escribas en tus cartas.
CONDESA: (Se amontona con el diálogo de la SEÑORA ESTRADA.) Señora Fanny, ¿está usted bien? Ayer nos preocupó con su aislamiento… Pero las cosas van mejorando… Los pronunciados están acabados. Intentaron sorprender a la infantería que viene de Puebla a las órdenes del gobierno, pero el denotado Torrejón, con 80 dragones, logró batirlos completamente. Dejaron un gran número de muertos, heridos y tomaron prisioneros.
FANNY: ¡Pero sigue el tiroteo sin resultado definitivo!
CONDESA: No cabe duda de que al fin y al cabo será el gobierno quien gane durante la jornada.
FANNY: Sin embargo, esto no se acaba…
SEÑORA PÉREZ: Señora Fanny, no se abrume usted. (Con ánimo.) ¡Verá como ya acaba la guerra! Por suerte hay gente con sentido común. El general Valencia dice que la responsabilidad de los infortunios debe recaer sobre los que provocaron la guerra. ¿Quién podría dudarlo?
SEÑORA ESTRADA: El gobierno ha quitado los derechos aduanales a los comestibles que se introducen a la capital a fin de evitar que suban de precio…
CORA: Señora Fanny, el señor embajador Calderón le ruega que le prepare unos fajos de puros que enviará al general Almonte en agradecimiento, ya que este le envió al embajador unas líneas desde la Ciudadela, donde expresa la seguridad de dominar muy pronto a los rebeldes.
SEÑORA PÉREZ: (Con alegría.) ¡¿Ya ve qué le decía yo?! ¡Alabado sea el cielo!
SEÑORA ESTRADA: ¡Santa Anna ha llegado a Perote y se anuncia un ataque contra Palacio!
FANNY: Ya no les hago caso. Oigo el estruendo del cañón con relativa calma. Lleva los puros, Cora, mañana será otro día.
En el episodio los ánimos son los mejores en la casa de Fanny. Ante el final de la guerra escuchamos a la dueña de casa vitorear por la República Mexicana y por el Supremo Gobierno. La Condesa se despide de Fanny haciendo una profunda reflexión.
(SONIDO: Canto de pájaros. Ruido de ranas y grillos.)
FANNY: ¡Viva la República Mexicana, viva el Supremo Gobierno! Así empieza el Boletín de Gobierno del día de hoy y yo digo ¡Amén! Con todo mi corazón, puesto que nos trae la noticia de que la revolución ha terminado.
CORA: Las señoras preguntan si pueden pasar a despedirse.
FANNY: (De excelente humor.) Por supuesto, Cora.
CONDESA: Gracias por todo, Fanny. Una cosa más. ¿Qué nos decía hace unos días sobre Madame de Staël?
FANNY: Lo que ella decía es que eso de que las mujeres no deben ocuparse de la política quizás así sea, pero cuando a una mujer le van a cortar la cabeza: ¿no es natural que pregunte por qué?
CONDESA: Lo mismo digo, cuando se oyen silbar las balas y las granadas caen muy cerca, debe de considerarse muy lógico y muy femenino investigar las causas de semejante fenómeno.
FANNY: Voy a enseñarte a leer, querida Cora, para que puedas leer sobre ella.
CORA: No se moleste, así estoy bien.
FANNY: No me digas que no quieres aprender…
CORA: ¡Ay, señora, para qué!
Conforme los días transcurrieron, los pronunciados fueron estableciendo baterías en diferentes puntos que las tropas del gobierno atacaban sin cesar. La ciudad quedó dividida debido a las barricadas que los soldados colocaron por diferentes sitios. Son famosas las litografías que muestran las improvisadas barreras afuera del templo de San Agustín, en la esquina que hoy forman las calles de República de Uruguay e Isabel la Católica, o las que se colocaron frente al templo de la Profesa. “Las calles continúan bloqueadas con cañones, las azoteas de las casas y las iglesias repletas de tropas, las tiendas siguen cerradas y la ciudad desierta”, cuenta la señora Calderón de la Barca en una de sus cartas.
Imposible que en una situación así la vida pudiera seguir su curso. Las tropas del gobierno lograron imponerse sobre los federalistas que –como cuentan las crónicas– se habían dedicado a armar a los léperos ante la cada vez mayor mortandad de sus tropas, por lo que se decidió hacer un pacto que, al tiempo que terminara con la revuelta, permitiera que la ciudad retomara su vida y se diera paso a la reconstrucción de los múltiples edificios dañados. Dado que desde el 22 de julio la capital se encontraba formalmente en estado de sitio, la situación ya no podía esperar más, por lo que el día 27 se firmó la capitulación de los sublevados.
Vale la pena aclarar que los federalistas se rindieron bajo unas condiciones que en todo les favorecían, en virtud de que el gobierno se comprometía a garantizar sus vidas y olvidar lo ocurrido; es decir, no serían sometidos a ningún juicio, a pesar de haberse rebelado contra el gobierno; se les facilitarían pasaportes para salir del país en el momento que lo solicitaran; se les daría libertad a sus tropas para situarse fuera de la ciudad y, más aún, el general Valencia ofrecía “interponer su influjo con el Gobierno General para que se pida a la Cámara, se proceda a las reformas de la Constitución” y, por último, se comprometía “por su honor ante el mundo entero a hacer valer que este convenio sea fielmente cumplido en todas sus partes”. Después de una capitulación así, el gobierno de Bustamante no salía precisamente fortalecido.
La vida en Ciudad de México durante la revolución de 1840. (2018, October 18). Relatos E Historias En México, número 121.