La conquista

Relatos de la conquista de México

FANNY: Cora, tráeme papel, una pluma y un tintero.

CORA: Sí, señora Fanny. ¿A quién estás escribiendo?

Fanny escribe una carta

FANNY: (Orgullosa.) Al señor William Prescott. Conocí a mi esposo, Calderón, en la casa de Prescott en la primavera de 1838. El señor Prescott quiere escribir una historia de la conquista de México. (Fanny escribe y lee en voz alta y Cora canturrea bajito mientras limpia.) Cuando recién llegué, hice mi debut en México yendo a misa a la Catedral. La iglesia estaba llena de gente del lugar, especialmente de léperos que de improviso comenzaban a rebullirse, ellos y sus andrajos, y atravesándose en nuestro camino nos acosaban con un: “¡Por el amor de la santísima Virgen!” (Con tono poético.) La catedral está construida sobre el sitio que ocupaba parte de las ruinas del Gran Templo de los aztecas. Dicen que en el Gran Templo cantaban noche y día cinco mil sacerdotes en honor y en servicio de monstruosos ídolos. Que ofrendaban pan, flores y joyas, pero también nos aseguraron que sacrificaban anualmente de veinte a cincuenta mil seres humanos. Con que fuera verdad la décima parte, es bastante para que reverenciemos la memoria de Cortés, quien con la cruz puso fin al derramamiento de sangre inocente. (Se interrumpe.) ¿Qué haces, Cora, me espías?

CORA: (Con fingido servilismo). Nooo, pasaba por acá y me detuve al oírla hablar sobre sacerdotes que sacrifican seres humanos. (Sigue, con ironía.) ¿Escribe sobre la Inquisición, señora?

FANNY: (Con soberbia.) Ay, Cora, ¡qué ignorante eres! Mira que comparar la Santa Inquisición con los salvajes sacrificios humanos… ¡Mejor canta!

CORA: (Tararea, el canto se oye casa vez más lejano.)

FANNY: La calle en que vivimos cambia con frecuencia de nombre (en cada manzana), y esta parte de la calle de Tacuba se llama a veces Plazuela del Zopilote, San Fernando o Puente de Alvarado, en recuerdo del famoso salto que dio el valiente español en la memorable Noche Triste. (Lee como poeta visionaria.)  Cortés confió la retaguardia al temible héroe Pedro de Alvarado. Un puente de madera era conducido por cuarenta soldados para servirse de él en el paso de los fosos o canales. Al llegar al tercer foso se encontró Alvarado solo y tan furiosamente embestido por sus enemigos que fijó la lanza en el foso del canal y aferrado a ella se lanzó de un salto a la orilla opuesta. Los indios dijeron: “Este es verdaderamente el hijo del sol”. Y Alvarado fue conocido como Alvarado, el del salto.

CORA: No, señora, no le decían así. Le decían: “Tonatiú Alvarado, tan hermoso y tan malvado” y desde antes del salto, de cuando engañó y descuartizó a los jefes de los mexicas desarmados…

FANNY: ¡Qué cosas dices, Cora! ¿De dónde sacas esa información?

CORA: De la memoria, señora. Y lo del salto son mentiras de sus hijos. ¿Sabe cuántos hijos tuvo Tonatiú Alvarado?

FANNY: A ver…

CORA: Ciento setenta y siete.

FANNY: (Se ríe con ganas.) ¿Esperas que te tome en serio? Deberías leer libros de historia en lugar de repetir disparates.

CORA: Ni al caso. Ahí en sus libros están las mentiras, señora.

FANNY: Que seas ignorante es tolerable, pero no seas bruta. Y no me interrumpas, que me cortas la inspiración, Cora.

CORA: Lo que ordene la señora.

(SONIDO: Fanny acomoda y pasa sus hojas.)

FANNY: Estoy en medio de los preparativos para San Agustín, acudiremos a las fiestas de Pentecostés. (Se interrumpe.) Cora, infórmate sobre cuando el cochero quiere salir.

CORA: En la madrugada, señora, a las seis.

FANNY (Con impaciencia.) Pues ve a la cocina a ver si falta algo…

CORA: ¡Nada falta!

FANNY: En ese caso, ve a la puerta a ver si llueve, Cora.

(SONIDO: Pausa. Pasos que se alejan. Sonido de la puerta que se cierra.)

FANNY: (Suspira). ¿Por qué no me dejas en paz, Cora? (Se sienta, hace una pausa. Luego escribe y lee en voz alta.) Me pedís que os diga cómo encuentro a las criadas mexicanas. Los defectos de los sirvientes son una fuente inagotable de quejas aun entre los mexicanos y mucho más entre los extranjeros. Pero, de manera especial, para los recién llegados. Se oye decir de su inclinación al robo, de su pereza, borrachera, suciedad y de otros miles de vicios. (Se interrumpe de golpe.) ¿Hay alguien ahí?

(SONIDO: Pasos sutiles que corren.)

FANNY: (Continúa.) Las criadas trabajan para comprar una camisa bordada y, si con lo que ganaron les alcanza para la camisa y un par de viejos zapatos de raso, os dirán que ya están cansadas del trabajo y que se quieren ir a su casa para “descansar”: (Irónica.) ¡Es tan corta la necesidad cuando se puede vivir tranquilamente con tortillas y chiles, dormir sobre un petate y vestirse con harapos! (Se interrumpe de golpe.) ¿Eres tú Cora?

(Sonido: Pasos un poco menos disimulados, cercanos.)

FANNY: (Con voz intrigante y mucho más lenta.) Cuando se trata de tomar una cocinera en México, se necesita tener mucho aguante y muy buen apetito para comer lo que guisan después de haberlas visto,  por sabroso que sea el platillo. No puedo comprender cómo las señoras mexicanas permiten ese flotar de los cabellos de las galopinas. ¡Es tan repugnante ver pelos en la sopa!

(SONIDO: Se cierra una cortina. Fanny se levanta y camina hacia la cortina. Se escuchan ruidos leves, de telas acomodándose y moviéndose.)

FANNY: (Con tono de sospecha.) Existe una circunstancia notable y es que, a pesar de lo sucias que aquí son las criadas, de las enormes dimensiones de las residencias y de lo numerosas que son las familias mexicanas, las casas son por regla general la imagen de la limpieza.

(SONIDO: Los pasos de Fanny se detienen; medio segundo después, los de las telas. Dientes castañean.)

FANNY: (Lee más fuerte y con tono irónico.) Cora es mi criada. Me la “prestó” la Condesa de la Barranca, no quiero pensar con qué intenciones… Cora piensa que no la veo, pero sé que (subiendo el tono) ¡me espía! Y como si eso fuera poco, me remeda. La atrapé hablando como yo, y tengo que reconocer que me sentí bien imitada. Una de las tantas maldades que me hace es que me rebaja el chocolate, y luego ella se toma mi chocolate bien cargado. Para rematarla me puso un apodo: falsa gachupina. ¡Ajá!

(SONIDO: Se recorre la cortina.)

CORA: (Grita asustada levemente.) ¡Ahhh! Disculpe señora, no quería molestarla.

(SONIDO: El talón de Fanny suena rítmicamente contra el piso.)

FANNY: (Muy enojada.) Se preguntarán por qué me la quedo… Aunque no es sumisa ni educada y alega como francesa, me hace comprender a los mestizos, difíciles de entender por su pronunciada falsedad y porque no encarnan los valores de los españoles ni los de los indios puros. Cora es, en rigor, una rara avis. Sabe leer y canta, ¿o no, Cora?

CORA: (Temblando.) Ya no le digo falsa gachupina, señora… eso fue cuando recién la conocí.

FANNY: ¡Estás blanca, Cora! ¿Será porque estás mintiendo?

CORA: (Haciéndose la tonta.) ¿Dice que mentir es de blancos, señora?

FANNY: Aun en estas circunstancias te burlas de mí… Me estabas espiando. ¿Tienes algo que decir?

CORA: Fíjese, señora, si las casas están tan limpias como usted nota y son tan grandes como usted dice, ¿no cree que las que las limpian se cansan?

FANNY: (Enojada.) “No contrates francesas”, me recomendaron. ¡Las francesas alegan y alegan, pero tú eres peor que cien francesas!

CORA: (Suplicante.) No hago nada de lo que dice, señora, no más me permito un poco de chocolatito…

FANNY: ¡Ni cómo callarte, Cora! Ve a ordenar que dispongan la mesa para doce.

CORA: (Con alivio.) ¡Como la señora mande!