“Desembarcamos en Santa Anita, un pequeño pueblo frente al canal de la Viga. Al atardecer, una canoa se acercó y permaneció a nuestro lado por algún tiempo. Un hombre yacía perezosamente en el fondo del barco tocando su guitarra, y las mujeres coronadas con guirnaldas de rosas y amapolas bailaban y cantaban. Diversas tinajas de pulque y platos de barro con tortillas y chile y trozos de tasajo demostraban que la fiesta no había estado exenta de comodidades. Entre otros, interpretaron El Palomo, uno de sus bailes favoritos. La música es bonita, y os la envío con la letra que me dio mi amiga la señora Adalid, que canta todas estas pequeñas melodías indias a la perfección. Es tan bello el ritmo y las mujeres la cantan con tal adormecida dulzura, y suena la música tan cariñosamente, que me quedo en un estado de agradable ensueño y de perfecto deleite.
Qué haces palomita
ahí en la pulquería
esperando al amor mío
hasta el martes, vida mía
Palomita, palomo, palomo…
La Viga es uno de los paseos más bellos que se puedan imaginar, con sus hermosos árboles sombreados y su canal, por el que desfilan constantemente las canoas sin prisa. Los indios, con sus guirnaldas de flores y sus guitarras, recostados en sus canoas, bailando y cantando a su manera mientras pasan por el agua, inhalando las suaves brisas.
Encerradas en sus carruajes las damas llaman la atención por un aire europeo con sombreros de París. Se pasan en silencio respondiendo con un suave movimiento de su abanico los saludos de sus bellas amigas desde el interior de sus coches de caballos. Los jinetes también van y vienen con sus caballos elegantes. Ellos, al aire libre y bajo los verdes árboles, son tan admirados por las señoras como el fraile errante por la monja de clausura.
Alrededor de las cinco, los soldados se han puesto en posición para evitar disturbios. Se ven dos largas hileras de carruajes yendo y volviendo hasta donde alcanza la vista. Cientos de personas se reúnen al costado del camino con flores, frutas y dulces a la venta.
Un coche, hermoso y sencillo, lleva a la familia de uno de los ministros: la madre y las hijas, bellas todas, con ojos de españolas y la piel morena y radiante. Les sigue un coche de alquiler, lleno de mujeres de rebozo y de niñas con cara y manos untadas de caramelo. Algunos de los cocheros y lacayos llevan trajes mexicanos, otros, libreas.
Aquí vienen tres carruajes juntos, todos con la misma librea carmesí y dorada, todos lujosos y todos tirados por hermosos caballos blancos. ¿Es el presidente Bustamante? Ciertamente que no. La ostentación queda a un lado. Incluso la realeza adopta una apariencia más sencilla cuando se mezcla con las diversiones de sus súbditos.
Las canoas cubren el canal. Los indios cantan y bailan perezosamente mientras los barcos avanzan, y todo bajo un cielo azul y sin nubes. Una atmósfera pura y clara. Se puede cerrar los ojos ante el único rasgo desagradable del cuadro: el número de léperos ocupados en el ejercicio de su vocación. Y creerías que México es el lugar más floreciente, más ameno y más tranquilo del mundo, y además el más rico.”
Qué haces palomita
ahí en la pulquería
esperando al amor mío
hasta el martes, vida mía
Palomita, palomo, palomo…
Al volar una paloma
se lastimó de una alita.
Si tú tienes tu palomo.
Yo tengo mi palomita
Palomita, palomo, palomo…
Y a una paloma al volar
se le cayeron las plumas.
¡Qué tontas son las muchachas!
No todas, pero hay algunas.
Palomita, palomo, palomo…
Palomita, qué andas haciendo
parada en esa pared
esperando a mi palomo
que me traiga de comer.
Palomita, palomo, palomo…
Palomita de los cuarteles
anda y dile a los tambores
que al tocar la retreta
toquen la de mis amores.
Palomita, palomo, palomo…
Autor: Desconocido
Cantante: Alicia González
Compositor: Saul Moreno Valdespino